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Olivia Trummer: para mí nunca ha existido ningún límite entre la música clásica y el jazz
— Se educó en una familia de músicos, ¿quién ejerció más influencia en Usted?
— No se lo sabría decir. He tenido mucha suerte porque tanto mi madre como mi padre educaron en mí a un músico, cada uno a su manera. Y me siguen ayudando ahora. Son unas personas muy distintas, pero se complementan de forma maravillosa.
Mi madre me enseñó el piano desde que cumplí los 4 años. Nos sentábamos al instrumento, ella empezaba a tocar algo y yo repetía. Pude desarrollar mi oído y mi intuición musical. Mi padre me prestó apoyo en plan psicológico, me aconsejaba y me criticaba, ha sido sincero y abierto conmigo. Lo más importante es que mis padres siempre me apoyaron en aquellos momentos que la vida parecía superarme.
— ¿Le formaron como músico de jazz de forma consciente?
— A decir verdad, hasta los 13 años no había oído ni siquiera la palabra jazz, pero empecé a improvisar al principio de mi educación musical e intentaba repetir aquellos elementos que tenía en mi mente o escuchaba en la radio o de mis padres. De esta forma fui creando el vocabulario musical que sigo usando hasta hoy.
Incluso hoy me encanta acordarme de aquellos tiempos y del placer que me aportaban mis clases de música. Nunca he visto diferencia entre la música clásica y el jazz, sólo importaba el sonido, las emociones, las ganas de bailar que me despertaba la música.
De modo que le diré que he estado tocando el jazz durante toda mi vida, incluso sin darme cuenta.
— ¿Dedica mucho tiempo a la música clásica?
— Hasta hace poco sí. Tenía la sensación de que debía mantener esta ambigüedad de mi música. Porque no suele haber mucha gente, para la cual la música clásica sea inseparable del jazz.
Hace dos años dejé de prestarle tanta atención. Veo a muchos pianistas clásicos brillantes que dedican su vida únicamente a la música clásica y a la interpretación de obras que no han compuesto. Pero en un momento dado me tuve que confesar que la composición y la improvisación me importaban más que la interpretación. Por esta razón ahora casi no toco música clásica y muy raras veces hago nuevos arreglos. Sin embargo, no puedo renunciar a ella del todo, porque siento un enorme placer, al oír las piezas clásicas.
— ¿Y si se pone unos cascos, qué pone?
— Muchas cosas… Stevie Wonder, Beatles, Carlos Santana, Prince, Bill Evans, Erykah Badu, Stanley Clarke, Shirley Horn, Chick Corea, Jimi Hendrix, Led Zeppelin.
Tales músicos como Shirley Horn o Bill Evans siempre me han atraído por el lirismo de sus obras y los últimos músicos de la fila me cautivaron por su potentísimo sonido. A decir verdad, me da la sensación de que no conozco la mayoría de los álbumes de jazz que todos los admiradores deberían conocer, pero no quiero limitar mi percepción, escuchando todo el rato la misma música.
— ¿Y cree que, para ser un verdadero jazzista, uno tiene que haber vivido en Nueva York?
— Para mí el "jazz" es, en primer lugar, la curiosidad o la disposición para improvisar. Pero tampoco habría que subestimar la importancia del ambiente que reina en Nueva York. Es una ciudad que no conoce piedad y tiene unas enormes diferencias culturales y sociales, pero precisamente allí uno puede entender quién es y a qué tiene que dedicarse. Para sobrevivir en Nueva York, uno tendrá que tomar una decisión definitiva sobre su profesión. Se podría decir que es una manera de ahorrar el tiempo: uno evoluciona allí con mucha rapidez, porque tiene que adaptarse al ritmo de esta ciudad.
Además, en Nueva York vive gente única, basta con fijarse en lo libres que se sienten, en la energía que rebosan. Creo que eso también influye en uno. Por eso, sí, a un músico le merece la pena venirse y probar sus fuerzas.
— A usted, que es una chica frágil y delicada, ¿le fue complicado encontrar su espacio en el jazz de Nueva York?
— Dividiría mis experiencias en Nueva York en dos etapas. La primera es 2008, cuando estudié allí y estuve muy ocupada con mis clases. Nuestros profesores nos hicieron trabajar de verdad, estábamos en el aula cerca de 30 jóvenes venidos de todo el mundo que absorben conocimientos como esponjas, es un incentivo increíble. Estábamos agotados.
Varios años más tarde volví otra vez a Nueva York, para probar mis fuerzas como músico. Primero participé en jam sessions, estuve en contacto con muchos artistas… Fue una experiencia absolutamente nueva.
Por supuesto, para una chica frágil y delicada hay muchos obstáculos, pero lo más importante es forjarse la reputación de un buen músico. Entonces las preguntas desaparecen junto con los prejuicios. Cuando empecé a tocar y dejaba mi grabación a diferentes personas, reconocían mi nivel profesional. Gracias a ello, trabé muchos conocimientos valiosos.
— Hable de su collaboración con Bobby McFerrin.
— Todo empezó con una propuesta de trabajo: Bobby McFerrin necesitaba pianista. Acepté y le acompañé en una clase magistral para 4 estudiantes. Nos salió perfecto y pensé que me invitaría a participar en su concierto en solitario del mismo día por la noche. Pero resultó que iba a tocar un programa nuevo y no me necesitaría. Sin embargo, Bobby me invitó a tocar en dúo y no hablamos de lo que haríamos. Simplemente quedamos en que me invitaría al escenario.
Me llama al escenario y empezamos a improvisar, yo, con el piano y Bobby, con la voz. Luego se sienta a mi lado y toca varias notas, y luego más y más. No sé por qué, pero empecé a seguirle con mi voz. Me sentí tan segura a mi lado que me dejé llevar por la improvisación, tocaba y cantaba lo que se me ocurría. El resultado fue un dúo, donde los dos cantamos y tocamos el piano de cola. El público estuvo encantado.
Tuve mucha suerte en tocar con un músico legendario. La suerte, sabe, es muy importante también en la música, uno puede ensayar durante días, tener una técnica increíble, pero seguir siendo desconocido y pasar desapercibido y también puede recibir una llamada que marcará su destino futuro y le hará saltar a la fama.
— Escribe canciones en dos lenguas, el alemán y el inglés. ¿Está de acuerdo con que el alemán es una lengua que suena muy fuerte?
— Empecé a escribir en alemán a la edad de los 14 años. Y desde entonces compongo en las dos lenguas. En 2011 lancé el álbum, Poesiealbum, y está completamente en alemán.
Es una buena lengua y puede sonar muy bonito, único en cierto sentido. No estoy de acuerdo con que suena muy fuerte, es un estereotipo. Cuando escribo en alemán, me vienen otras ideas a la mente que cuando lo hago en inglés. La lógica del alemán me cambia el ángulo de visión. Diría que hablar o usar diferentes lenguas es como caminar con zapatos de tacón o con deportivas. Acabarás llegando al mismo sitio, pero la manera de caminar será diferente.
— ¿Si pudiera elegir, con quién le gustaría actuar?
— No es una pregunta fácil… Le diré el primer nombre que se me ha ocurrido, Bill Evans. Sería interesante ver, si se combina de forma armoniosa nuestra mentalidad musical, mi sonido y el suyo. Y además sería agradable conocer y tratar a un ídolo.